EL CENTINELA Y LA ALQUIMISTA

La mueca de algún sortilegio del escombro,
quiso que mi rumbo despliegue la boca
de mis cenizas en la tumba de algún mago de lo fatal
Donde el sonido de las manos que invocan
Talan la sonrisa de la mas sorda de las luces
Mirando, a través de un drenaje
todo el planeta de tus cielos
Y en ese sermón de los vestigios
No deja de llamarme: esa luz, su historia
que mece la cuna de la indiferencia
Sin más remedio que lo ya leído
por el viejo Centinela a su amada Alquimista
En el trasnotado capricho por seguir viviendo.


* Daniel F.

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